Por José María Sifontes*

El pasado 18 de mayo fue el lanzamiento de la Quinta Edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, o DSM-5. Hubo que esperar casi dos décadas para esta actualización que publica la Asociación Americana de Psiquiatría y que sustituye al DSM-IV.

El manual es básicamente una guía para el diagnóstico de los trastornos mentales. Contiene una lista de los desórdenes y una serie de criterios para definirlos. En psiquiatría, a diferencia de otras especialidades médicas, no se cuenta con marcadores biológicos para determinar la presencia de una enfermedad, y el diagnóstico es fundamentalmente clínico. En medicina interna o infectología, por ejemplo, se puede sospechar un paludismo de forma clínica pero el diagnóstico definitivo se hace cuando se observa al microscopio el agente etiológico. Una radiografía ayuda al ortopeda a observar de una forma objetiva dónde está la fractura, y una endoscopía confirma al gastroenterólogo la presencia de divertículos en el colon. En psiquiatría no existen, en la mayoría de casos, estas ayudas brindadas por los exámenes de laboratorio o gabinete. No se cuenta con pruebas de laboratorio que indiquen depresión o esquizofrenia y la observación clínica es la única herramienta que se tiene.

Para eso sirven los manuales diagnósticos. Cada condición tiene una serie de criterios o síntomas, y el diagnóstico se completa si se cumple determinado número de ellos.

El DSM-5 trae las innovaciones en el campo de las enfermedades mentales. Es el producto de innumerables investigaciones y de las conclusiones de cientos de expertos. Algunas enfermedades han desaparecido o la perspectiva desde la cual se enfocan ha cambiado. Hay enfermedades (o desórdenes como se prefiere llamarlas en psiquiatría) nuevas, producto de las situaciones que enfrenta el ser humano en la actualidad. Las intenciones de base son hacer los diagnósticos más objetivos, desvaneciendo esa aureola de misterio que rodea la psiquiatría, y correlacionar mejor el diagnóstico con el tratamiento.

Era de esperar las críticas, algunas muy bien fundamentadas, otras cargadas de subjetividad. No era posible incorporar todas las doctrinas, tendencias y opiniones. Hay quienes, por ejemplo, se quejan de que cuando ya habían dominado el DSM-IV aparece un nuevo manual que tienen que dominar. Se resiente también la supresión

--o adición-- de algunas enfermedades o la poca representación de doctrinas clásicas como el psicoanálisis. Los expertos, sin embargo, mantuvieron la actitud de tomar en cuenta todas las corrientes pero con la premisa de sobreponer la ciencia.

Alguien podría pensar que el nuevo manual no tiene relevancia para el público general, y que sólo es de interés para los especialistas. A primera vista parecería que tiene razón, pero hay cosas fundamentales a considerar. En primer lugar se debe tener en cuenta que las enfermedades mentales van en aumento a nivel global y ocupan ya cuatro de los primeros diez lugares como causa de discapacidad. Con una población mundial cada vez más vieja y con mayor estrés, los casos de demencia y de trastornos emocionales tenderán a incrementarse de forma exponencial.

Asimismo, los nuevos conocimientos en la psiquiatría tendrán gran influencia, no únicamente en esta área, sino también en el Derecho, la Criminología, la Sociología y la Economía.

El DSM-5, con todos sus pros y sus contras, tendrá un impacto mundial, no sólo en la forma cómo se percibe la enfermedad mental, sino cómo es percibido el ser humano en general, con todas sus grandezas y con todas sus miserias.

*Médico psiquiatra.

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