Parece mentira que tal y como va el mundo sigamos reproduciéndonos... Qué le vamos a hacer, si ésta es la función biológica (y social1) a la que parece que estemos destinados. La reproducción sexual es un proceso extremadamente complejo, que implica, entre otras cosas, la inducción del celo en las hembras, la búsqueda de pareja y el cuidado de las crías, y la dopamina juega diversos papeles en cada una de estas fases.

En general, los humanos encontramos buena cualquier época del año para reproducirnos2, pero esto no es así para muchos otros animales. Las ovejas, por ejemplo, se aseguran de que el nacimiento de sus crías tenga lugar durante la primavera, momento en que las condiciones climáticas son óptimas y el alimento abundante. Por ello, ovulan únicamente durante el otoño y el invierno. La señal que induce la ovulación es la duración de los días: cuando éstos se acortan, el cerebro lo registra a través de las retinas, y esta información se transmite al hipotálamo, el director del sistema neuroendocrino. En un grupo de neuronas de uno de sus núcleos, el arqueado, se incrementa entonces la producción de un péptido de nombre muy adecuado para la ocasión: la kisspeptina. Este péptido estimula la producción de hormonas gonadotropas, es decir, aquellas que regulan los ciclos hormonales ováricos. Cuando los días se vuelven a alargar, entra en juego la dopamina. En concreto, un conjunto de neuronas dopaminérgicas en el área retroquiasmática del hipotálamo, actúan para impedir la ovulación durante la primavera y el verano, inhibiendo a las neuronas que producen kisspeptina. Este mecanismo opera en otros animales, desde los peces a otros mamíferos de granja. Aunque, como hemos comentado, nosotros no mostramos una tendencia estacional, sí es posible que la dopamina esté implicada en algunas patologías, como la amenorrea hipotalámica.

Las ovejas son muy buenas reconociendo caras, y, aunque parezca una broma, quizá enseñar fotos de sementales funcionaría muy bien para promover la colaboración de las futuras madres oveja en las tareas de reproducción asistida en las granjas. También son muy buenas olfateando al macho, como la mayoría de los mamíferos. En algunos de éstos, como los ratones, la exposición a feromonas de macho provoca la ovulación de las hembras. El sistema olfativo posee ciertas características muy atractivas: es el más antiguo de los sentidos, está conectado íntimamente con el sistema emocional, y a él nunca dejan de llegar nuevas neuronas, incluso en el adulto3. En el tema que nos interesa, la incorporación de nuevas neuronas al bulbo olfativo parece crucial para el reconocimiento de la pareja y de las crías en ratones, y la dopamina es uno de los neurotransmisores clave para el correcto funcionamiento de la neurogénesis adulta.

Las hembras de ratón son unas campeonas en cuanto a reproducción se refiere: pueden parir camadas en torno a la decena de crías cada veintiún días. Imaginemos la cantidad de leche materna que esto debe suponer para un animal de tan exiguo tamaño. La producción de leche se estimula por una hormona hipofisaria, la prolactina, que también facilita otros comportamientos maternales, el espaciado de los embarazos y la ganancia de peso. En el núcleo arqueado, que hemos mencionado más arriba, existen unas neuronas dopaminérgicas muy interesantes, denominadas tuberoinfundibulares. Estas neuronas se encuentran acopladas eléctricamente, y forman una red oscilante que mantiene a raya la liberación de prolactina en hembras no lactantes. Si no fuera por ellas, la prolactina se produciría de manera continua. La producción de prolactina fuera de los periodos de lactancia acarrea disfunciones sexuales e incluso galactorrea (producción de leche, que puede ocurrir incluso en varones), problemas que ocurren, por ejemplo, en pacientes que toman medicamentos antipsicóticos con acción antidopaminérgica.

Las crías de ratón nacen desnudas y ciegas. Dependen por completo de la madre para sobrevivir, y su desarrollo cerebral es incompleto. Igual que los humanos. La organización y reorganización de las conexiones neuronales, si bien perdurará durante toda la vida del animal, se encuentra durante los primeros días en plena ebullición. Entre otras muchas cosas que es necesario ajustar de manera temprana, se encuentran los ciclos circadianos. El núcleo supraquiasmático, también en el hipotálamo, actúa como nuestro reloj interno. Aunque sus neuronas pueden marcar el ritmo de manera autónoma, gracias a la expresión de diversos genes reloj, debe sincronizarse con la luz. Durante las primeras semanas de vida de los roedores, el núcleo supraquiasmático recibe información de neuronas dopaminérgicas, que ayudan a que este proceso de ajuste tenga lugar. Tras varias semanas de vida, la dopamina va disminuyendo en núcleo supraquiasmático, pero los comportamientos circadianos en el adulto se verán determinados por la experiencia durante este periodo crítico.

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